La Sra. Maxtin continuaba respirando muy despacio y casi no se la oía el pulso.
- Cómo siempre tú, Dios adverso - exclamó la diva del Bien - ¿A qué has venido, demonio?
- No he venido nada más que visitar a la tierra, Diosa Senatta - contestó Dios adverso.
- Ex-carcelero - le señaló la diosa buena - te he reconocido. Despierta a la ancianita o mandaré a todas mis divas y hadas para atacar el silbido negro de Muerte.
- Mi nombre es ahora Ramatán II - alegó el ex-carcelero - puedes llamar a tu súbdito de espíritus féminas si quieres, diva del Bien.
- Me llamo Diosa Senatta, diva del bien es sólo para distinguir el don de nuestro poder - aclaró la diva - Somos un total de veintisiete diosas buenas en los dos limbos y en los trece cielos.
- Sí, las trece estrellas de Damart... - contestó Ramatán II.
- Sabes mucho ex-carerlo - se quejó la Diosa Senatta - daré parte al guardián de la entrada a nuestro limbo.
Muerte empezó a silbar su peculiar canción de la calavera. Los ojos de Martha Maxtin se quedaron del color del luto. La diosa Senatta invocó a dos hadas y cuatro divas de su súbdito personal. Las que habitaban con ella en sus aposentos del cielo vinculante al gran limbo.
Llegaron y empezaron todas ellas sus silbidos. En ellos, las divas cantaban una oración del bien y las hadas lo unían con conjuros protectores contra todo el mal ajeno, aquél que no era terrestre.
La anciana se despertó de su inconsciencia y se oyó otro trueno. Volvió a llover con fuerza. El súbdito bueno al completo regresó a sus cielos. Mientras, Tomás Jiménez se había desplomado fuertemente contra el suelo, Dios adverso lo había desposeído.
Carlos John, el bibliotecario, pudo por fin llamar a una ambulancia poco antes de que se fuera de nuevo la luz. Le dio tiempo a dar la dirección de la biblioteca completa.
(Continuará...)