Carlos John y los dos comerciales visitantes se sentaron alrededor de una mesa redonda que tenían en un pequeño despacho.
La mujer vestida toda de blanco, sutilmente, cruzó sus largas y esterilizadas piernas. Sacó de su carpeta de vestir unos folletos encuadernados y un mini ordenador. Su acompañante empezó hablar mientras el rostro de la mujer volvió a convertirse en una calavera. En el bibliotecario se notaba el pánico, pasaron unos segundos en silencio y llamó a su ayudante Tomás.
- Deja la puerta abierta - interrumpió Carlos John al comercial masculino - hace mucho calor. Llega a ser asfixiante el ambiente aquí dentro. Continúe usted. Lo siento.
- Como le iba diciendo - continuó el chico - mi compañera y yo veníamos a ofrecer un suculento proyecto de venta de libros a domicilio. Cierre por favor la puerta. Yo le dejo un bello abanico...
El librero de préstamos se levantó a cerrarla mientras el negociante dejó sobre la mesa un negro abanico con un gran esqueleto dibujado en medio.
- ¿Sus nombres son? - preguntó el Sr. Pérez .
- Yo me llamo Alfonso y ella se llama Antonia - contestó el hombre.
- Te equivocas Alfonso - le interrumpió ella - yo me llamo Muerte y soy la suya.
La cara del bibliotecario se quedó completamente blanca al igual que los ojos de la tenebrosa comerciante. De improviso, sonó el teléfono tres veces y colgaron. Todo quedó en tinieblas y en la más absoluta oscuridad.
(Continuará...)
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