sábado, 18 de octubre de 2014

CONTINUACIÓN

Después de dos semanas en la incubadora, ya tenemos a mi pequeño nieto en la cuna de la habitación del hospital, en la planta de Maternidad. Preciosos ramos de rosas adornan el cuarto hospitalario. Mi hija Marisa descansa en la cama. El parto ha sido difícil debido a su edad.

Hemos bajado todos a comer al restaurante del hospital. Está bastante bien para no ser uno profesional. Hemos pedido, primeros, segundos y flan de vainilla de postre. André llama, durante la comida, a su hija Andreita, acaba de salir del colegio y volverá más tarde a clase:

-  ¡Hola hija! -  le dijo su padre -  ¿qué tal el colegio? ¿Te lo has pasado bien?

-  ¡Hola papi!  -  contestó Andreita -  me lo he pasado muy bien con mis amigitos. Después de comer, tengo Dibujo y Educación Física. ¿Qué tal está mamá?

-  ¡Está descansando, hijita!  -  contestó con mucho entusiasmo mi yerno  -  has tenido un hermanito. Tiene los ojos azules, como el cielo.

- ¡¡¡Qué bien!!! ¡¡¡Qué biennnnnnnnn!!!  -  se oía gritar con mucha alegría a mi nieta desde el otro lado del móvil.

Eso me recuerda a mi primer regalo de cumpleaños que me hizo mi amor Daniel Simith aquel maravilloso día donde la brisa corría por las verdes praderas y el aire agitaba, dulcemente, las ramas de los árboles.

"La caja del envoltorio era de un color rosa precioso, simbolizando la hermosura de nuestro cariño, que era mutuo y correspondido. Dentro, había una hermosa rosa roja y, debajo, un sobre con un mensaje muy misterioso:

-  Amor, te espero en la casa de la Srta. Dexton a las seis en punto de la tarde...

Cuando atardeció, acudí a la cita a la hora indicada. Nuestra coarta me había preparado en el porche un gran escenario para estar con mi amado. Había vestido las ventanas y el banco de madera con unas preciosas rosas rojas, rosas pálido y blancas. En el centro de la mesa, una gran tarta de fresas y nata. Sentado me esperaba Daniel. Pasamos dos horas muy enamorados y me dio mi obsequio de cumpleaños. Una pluma con diamantes incrustados y un anillo de oro, al que acompañó con la inolvidable frase:

-  ¿Te quieres casar conmigo?

-  Sí  -  respondí yo y sellamos la petición con un enorme beso en los labios".

(Continuará...)


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