jueves, 1 de mayo de 2014

CONTINUACIÓN

En el automóvil, mi hija Marisa está al volante, conduce muy bien. La enseñó su padre, mi querido esposo. Ha puesto una música de un grupo francés muy bonita. Tocan lírico. Se llaman "Michelle", en honor a la cantante de la banda. Después, ha sincronizado la radio.

A los cuarenta minutos de conducción, la emisora emite una vieja melodía muy romántica. Era nuestra canción, nuestra balada... la de Daniel Simith y la mía, con la que bailábamos agarrados y abrazados. Rompí a llorar en silencio. Mis lágrimas recorrían, sutilmente, el sendero de mis mejillas. Mi hija, no se dio cuenta de nada. Estaba muy atenta, mirando por la luna del coche, al frente y sin desviar la mirada. Tal cual la había enseñado mi amado Alfred, mi segundo amor. El padre de mis hijos, mi mejor amigo y aliado. Le rezo a Dios todos los días, para que me dure eternamente su querer.

A la hora de eligir entre Daniel Simith y mi marido, mi corazón y mi alma tarda mucho en saber cuál es mi verdadero amor. En realidad, es Daniel, pero éste murió en un desgraciado accidente. Alfred, es el suplente idóneo a su cariño. No es simulacro de mi primer novio, en absoluto. Es mi otro maravilloso hombre de mi vida. Es la felicidad suprema y el que me hace ser una gran mujer a su lado. Me siento amada, valorada y muy protegida con él.... pero mis recuerdos y mi memoria siguen estancados en el pasado remoto, sin poder avanzar hacia la total plenitud. A menudo, me viene a la mente la frase que me dijo mi mayor realidad ausente al morir:

- Serás feliz, no te preocupes, mi vida. Cuidaré de ti desde el cielo y me ocuparé de que no te falte nunca el cariño y el amor que te mereces, cual bella persona eres, el corazón más hermoso que jamás he conocido.

Observo a mi hija Marisa con dulzura y me siento muy feliz y, a la vez, triste y muy abatida.

(Continuará...)

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