He cerrado mi diario. Mis tres hijos, Alfred segundo, Daniel y Marisa, mi marido Alfred y mis nietos, escuchan la anécdota de mi vida muy atentamente. Encendemos la chimenea con la leña. El fuego siempre relaja la vista y el alma. Es precioso el momento de reunión que acompaña a la tarde.
Se aproxima la noche y acostamos a los niños. Hemos cenado ya y pasaremos una agradable velada. Mi hija me vuelve a insistir para que pase el verano con ellos en Francia y me niego, como siempre, alegando mi miedo a volar. Pese a la insistencia de todos para que visite el país europeo, intento cambiar el tema de conversación varias veces, mi hijo Daniel me echa un capote y comenta:
- ¿Cómo vas con el portátil? ¿Te manejas bien con él?
- Sí - contesté yo - cuando coges experiencia en el uso, es fácil.
- ¿Has pasado ya todo tu diario al ordenador? - continuó preguntando Daniel.
- Me queda ya poco - comenté yo.
- Mamá - interrumpió Marisa - ¿por qué no lees esa anécdota tan divertida que te pasó en el hospital con Daniel Simith?
Abrí mi portátil y localicé la página con el buscador del Word, me coloqué las gafas y empecé a leer:
"Como tantas veces al ir al hospital a visitar a mi padre, fui a ver a Daniel Simith a la cafetería, su jefe, el médico, el Dr. Sam, nos descubrió dándonos un pequeño beso en la boca..."
(Continuará...)
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