lunes, 3 de febrero de 2014

CONTINUACIÓN

Llegó la hora de la comida del Año Nuevo, día uno de Enero. Mis tres hijos, mi marido Alfred, todos mis nietos y yo, nos sentamos alrededor de la gran mesa del comedor. En ésta, está el pavo y un centro precioso que Marisa me ha traído de Francia, tiene dos velas rojas. Empezamos a servirnos la carne, la ensalada y el puré. Comemos mientas hablamos con mucho cariño y muy animosamente. Culminamos con sendas tazas de café cremoso. Mi hija, me ha traído varios regalos más de una boutique de París. Un camisón y un pantalón vaquero precioso.

-  No me gusta los pantalones, hija - protesté yo - ya lo sabes.
-  Es para la excursión al campo que tenemos dentro de unos días -  contestó Marisa - debes de modernizarte, aunque sólo sea para la excursión.

Mis otros dos hijos, Alfred segundo y Daniel me han convencido para que me ponga los vaqueros, la verdad es que me sientan muy bien. Me parezco a la Sra. Gizamt, una mujer que tiene la misma edad que yo, pero que aparenta cuarenta y pocos. Se ha hecho cirugías plásticas y usa mucho el botox. Yo sólo uso una crema hidratante y exfoliante por las noches. Me gusta ser coqueta y presumida, me perfumo y mis trajes de falda con chaqueta son de una marca exclusiva de Nueva York. Mi marido Alfred ha trabajado y sigue en ello mucho y tenemos una gran fortuna.

Otra ronda de cafés, pero esta vez en la salita sentados. Me disculpo y me voy al aseo donde tengo mi diario escondido. Cierro sin echar el pestillo, lo tenemos prohibido por si nos pasa algo. Me pongo mis gafas y empiezo a leer:

"En el hospital visitando a nuestro querido padre, me encontré con mi gran amor Daniel Simtih, quedamos, como siempre, en la cafetería. Me trajo una rosa, me dio un beso en el carrillo y me dijo susurrando al oído:

- Este es el beso de la alegría..."

Me he pasado más de veinticinco minutos leyendo, un golpe con nudillos en la puerta del cuarto de baño y mi hija entrando me sorprendió y me corto la lectura. No me dio tiempo a esconderlo y Marisa me lo vio entre las faldas:

- Mamá, no lo escondas - dijo ella con una gran sonrisa -  es normal que lo leas. Son tus seres queridos, que ya no están. Venía sólo a ver si te había pasado algo, pero ya veo que no. Te espero fuera.

Salí y fui junto a ella al pequeño salón y su padre, Alfred, la preguntó que qué me había pasado, Marisa contestó:

- Nada, que le ha caído un poco pesada la comida, pero ya está repuesta.

Y mi hija se sentó guiñándome un ojo.

(Continuará...)


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