viernes, 28 de febrero de 2014

CONTINUACIÓN

Están todos acostados ya, yo me quedo un poco más en la cocina, me he desvelado completamente por tomar tantas tazas de café cremoso.

Sólo me quedan quince páginas que pasar de mi diario a mi ordenador portátil. Abro mi documento de Word y me dispongo a escribir. Mi hijo Daniel me ha enseñado hacer copias de seguridad de los archivos, además, me ha regalado uno de esos lápices que se enganchan en las ranuritas, de estos que son como discos duros pequeñitos.

Empiezo a transcribir mis anécdotas y mis experiencias, oigo ruidos extraños en la planta superior donde se encuentran los dormitorios, baja corriendo las escaleras el marido de mi hija Marisa. Se adentra en el office donde me encuentro y, sin aliento, me dice muy alterado:

-  Por favor, Alicia, suba, su hija no se encuentra bien, se ha mareado.

Subo las escaleras muy preocupada, está ya Marisa atendida por sus dos hermanos. Mi marido Alfred, está sacando el coche grande para llevarla al hospital.

Después de arreglarnos, subimos al vehículo mi hijo Alfred, mi hija, medio desmayada agarrada por su esposo, y yo. Lo conduce mi marido. El resto, todos levantados, se quedan, alrededor de la mesa del teléfono. La mujer de mi hijo menor, me agarra la mano:

-  No se preocupe usted, Alicia - me dijo muy cariñosa mente - le habrá sentado algo mal de la cena.

Llegamos al hospital, Alfred segundo, mi hijo, va a la ventana de admisión de pacientes. En seguida, los celadores la meten en Urgencias sentada en una silla de ruedas.

Nos han metido a todos en la sala de espera. Mucho sufrimiento observamos ahí, familias con chicos con accidentes de moto y coche, otros, con grandes fiebres,... no es un sitio muy agradable para terminar la noche. Se sufre, además de lo tuyo, los pesares de los otros acompañantes...

Pasan las manecillas de mi reloj de pulsera muy lento. Cada segundo es una eternidad. Siempre que se oye el altavoz para anunciar el pase de un familiar, le observo y me hago partícipe de su tristeza y le acompaño en su dolor.

A las tres horas de estar sentados ahí, se oye por enésima vez el altavoz, con un tono muy fuerte, para poder ser oído entre el barullo de los presentes:

-  Familiares de Marisa Tomson, pasen por la puerta de Urgencias.

Se levanta corriendo su padre y su preocupado marido, André. Se pierden por el horizonte. Esperamos mi hijo mayor y yo la información médica sobre el estado de salud de mi querida Marisa. A la media hora, viene André con una sospechosa y misteriosa sonrisa pintada en su cara.

-  ¿Qué te han dicho? -  lo pregunté yo.

-  Nada -  respondió él sonriendo -  que está embaraza de poco más de dos meses.

Alfred segundo sopla aliviado mientras se levanta a felicitar a su cuñado dándole un sentido abrazo. Yo hago lo mismo, instantes después.

-  Va a ser un niño -  comentó André muy feliz - mañana le darán el alta. Estas horas, la van a tener en observación.

Llamamos inmediatamente para comunicar la buena nueva a mi hijo Daniel, que se lo dice con entusiasmado al resto.

Hemos desayunado todos en la cafetería del Hospital General, que está a las afueras de la ciudad. Ahora vamos mi amado esposo y yo al vivero de Lucilda. Siempre que nace un niño, en mi casa tenemos la costumbre de plantar un pequeño arbusto rodeado de una verja, rosa si es niña y azul celeste si es niño. Ahí también las venden de ambos colores.

A las cuatro en punto de la tarde, entramos por la puerta de mi casa. Todos nos dirigimos al jardín. Procedemos el ritual de la plantación del ser vegetal, que representa al nuevo familiar querido, que vendrá en unos meses. Mis hijos y el resto de mis nietos, tienen cada uno, un arbusto en su nombre.

Una vez plantado, Alfred segundo, se dispone a escribir el nombre de su nuevo sobrinito en el cartel de la verja azul celeste.

-  ¿Cómo se va llamar? -  preguntó mi hijo mayor.

-  Hemos decido que se llame como tú, Alfred - respondió André dirigiéndose a su cuñado- tú siempre me has querido como si fuese tu hermano y en honor también a tu padre, que me ha amado y cuidado como a un hijo.

Lo escribe con mucho cuidado, es el que tiene la letra más bonita. La caligrafía ha salido como si fuese una imprenta profesional. Se me empaña los ojos de lágrimas y recuerdo el pasaje más triste de mi vida:

"Tumbado ya en la cama del hospital en la U.V.I., me dejaron pasar a ver a Daniel Simith cinco minutos. Me senté en la silla, al lado de su camilla y me cogió la mano. Acariciándomela me dijo con un débil tono:

- Serás feliz, no te preocupes, mi vida. Cuidaré de ti desde el cielo y me ocuparé de que no te falte nunca el cariño y el amor que te mereces, cual bella persona eres, el corazón más hermoso que jamás he conocido.

Lentamente su voz se fue apagando y se cerraron sus ojos. Me sacaron afuera. Al cuarto de hora el gran amor de mi vida falleció... Diez minutos de silencio total en su memoria..."


(Continuará...)

jueves, 20 de febrero de 2014

CONTINUACIÓN

He cerrado mi diario. Mis tres hijos, Alfred segundo, Daniel y Marisa, mi marido Alfred y mis nietos, escuchan la anécdota de mi vida muy atentamente. Encendemos la chimenea con la leña. El fuego siempre relaja la vista y el alma. Es precioso el momento de reunión que acompaña a la tarde.

Se aproxima la noche y acostamos a los niños. Hemos cenado ya y pasaremos una agradable velada. Mi hija me vuelve a insistir para que pase el verano con ellos en Francia y me niego, como siempre, alegando mi miedo a volar. Pese a la insistencia de todos para que visite el país europeo, intento cambiar el tema de conversación varias veces, mi hijo Daniel me echa un capote y comenta:

-  ¿Cómo vas con el portátil? ¿Te manejas bien con él?

- Sí - contesté yo - cuando coges experiencia en el uso, es fácil.

- ¿Has pasado ya todo tu diario al ordenador? - continuó preguntando Daniel.

-  Me queda ya poco -  comenté yo.

- Mamá -  interrumpió Marisa -  ¿por qué no lees esa anécdota tan divertida que te pasó en el hospital con Daniel Simith?

Abrí mi portátil y localicé la página con el buscador del Word, me coloqué las gafas y empecé a leer:

"Como tantas veces al ir al hospital a visitar a mi padre, fui a ver a Daniel Simith a la cafetería, su jefe, el médico, el Dr. Sam, nos descubrió dándonos un pequeño beso en la boca..."

(Continuará...)

miércoles, 12 de febrero de 2014

CONTINUACIÓN

Tomamos el segundo café, hablando de nuestras inquietudes. Mi hija Marisa, me comenta que la gustaría que fuese el mes de vacaciones con mi esposo a Francia, para ver la Torre Eiffel. También me quiere llevar a la pasarela de moda de París. Yo la contesto que no, por el mero motivo que me da miedo volar en avión. Siempre lo he odiado, mi marido me intenta convencer, pero son demasiadas horas de vuelo y subirme al aeroplano lo aborrezco y lo temo.

Mi hijo Daniel, me anima a leer una de mis experiencias en voz alta. A ellos les encanta escuchar mis anécdotas y a mis nietos también. Para que mi marido Alfred, no se sienta mal por el gran amor que sentí hacia Daniel Simith, abro mi diario en la hoja marcada con un papelito rojo y comienzo a leer una muy divertida con la Srta. Jeny.

"Marie no hizo sus deberes. Me pidió los míos y los copió. Le dimos las libretas de ejercicios a la Srta. Jeny. Se percató de que algo no estaba bien.

-  Srta. Domon - dijo la Srta. Jeny repentinamente subiendo la voz.

-  ¿Cuál de ellas? -  respondió mi hermana.

-  Su hermana Alicia - contestó la profesora - explíqueme por qué dos negativos, en esta operación, le sale negativo. Es siempre positivo.

-  Me he confundido - respondí yo -  lo siento mucho, Srta. Jeny.

-  Lo gracioso, es que en el cuaderno de su hermana -  continuó la maestra -  he visto el mismo fallo exactamente en la misma operación. Ustedes se han copiado la una a la otra.

-  No, Srta. Jeny -  dijo mi hermana - lo hemos hecho juntas.

De improviso, cayó una gran tromba de agua y empezó a diluviar. El sombrero de paja de la antipática Srta. Jeny se fue volando y la lluvia destrozó su moño, encrespando todo el pelo. Lo tenía muy largo. No podíamos Marie y yo, disimular la risa. Llegamos dentro de la casa y Linda nos dio una toalla, entonces, la maestra empezó a llorar amargamente:

-  Mi pelo, mi pelo - gemía sin cesar la profesora -  ¡qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!

Y continuaba quejándose con mucho pesar. A las tres nos dio mucha pena sus lágrimas y dijo nuestra querida niñera:

-  ¡Venga Srta. Jeny! No es para tanto. Séquese el pelo que yo se lo peino. Pasará aquí la noche, con esta tormenta, no podrá usted regresar.

Cenamos todas juntas y empezamos a coger cierto cariño a la maestra. La Srta. Jeny nos enseñó todo lo que sabemos, además de los principios de la vida. Hemos sido grandes personas, en gran parte, gracias a ella".

(Continuará...)

lunes, 3 de febrero de 2014

CONTINUACIÓN

Llegó la hora de la comida del Año Nuevo, día uno de Enero. Mis tres hijos, mi marido Alfred, todos mis nietos y yo, nos sentamos alrededor de la gran mesa del comedor. En ésta, está el pavo y un centro precioso que Marisa me ha traído de Francia, tiene dos velas rojas. Empezamos a servirnos la carne, la ensalada y el puré. Comemos mientas hablamos con mucho cariño y muy animosamente. Culminamos con sendas tazas de café cremoso. Mi hija, me ha traído varios regalos más de una boutique de París. Un camisón y un pantalón vaquero precioso.

-  No me gusta los pantalones, hija - protesté yo - ya lo sabes.
-  Es para la excursión al campo que tenemos dentro de unos días -  contestó Marisa - debes de modernizarte, aunque sólo sea para la excursión.

Mis otros dos hijos, Alfred segundo y Daniel me han convencido para que me ponga los vaqueros, la verdad es que me sientan muy bien. Me parezco a la Sra. Gizamt, una mujer que tiene la misma edad que yo, pero que aparenta cuarenta y pocos. Se ha hecho cirugías plásticas y usa mucho el botox. Yo sólo uso una crema hidratante y exfoliante por las noches. Me gusta ser coqueta y presumida, me perfumo y mis trajes de falda con chaqueta son de una marca exclusiva de Nueva York. Mi marido Alfred ha trabajado y sigue en ello mucho y tenemos una gran fortuna.

Otra ronda de cafés, pero esta vez en la salita sentados. Me disculpo y me voy al aseo donde tengo mi diario escondido. Cierro sin echar el pestillo, lo tenemos prohibido por si nos pasa algo. Me pongo mis gafas y empiezo a leer:

"En el hospital visitando a nuestro querido padre, me encontré con mi gran amor Daniel Simtih, quedamos, como siempre, en la cafetería. Me trajo una rosa, me dio un beso en el carrillo y me dijo susurrando al oído:

- Este es el beso de la alegría..."

Me he pasado más de veinticinco minutos leyendo, un golpe con nudillos en la puerta del cuarto de baño y mi hija entrando me sorprendió y me corto la lectura. No me dio tiempo a esconderlo y Marisa me lo vio entre las faldas:

- Mamá, no lo escondas - dijo ella con una gran sonrisa -  es normal que lo leas. Son tus seres queridos, que ya no están. Venía sólo a ver si te había pasado algo, pero ya veo que no. Te espero fuera.

Salí y fui junto a ella al pequeño salón y su padre, Alfred, la preguntó que qué me había pasado, Marisa contestó:

- Nada, que le ha caído un poco pesada la comida, pero ya está repuesta.

Y mi hija se sentó guiñándome un ojo.

(Continuará...)