domingo, 8 de diciembre de 2013

CONTINUACIÓN

Al día siguiente, mi hermana Marie y yo fuimos al hospital a ver a nuestro querido padre. Había tenido una pequeña mejoría y ya le habían quitado la máquina del pulmón artificial. Respiraba por sí solo, pero seguía en un profundo y dolido sueño. Estuvimos las dos horas permitidas y fui a la cafetería a encontrarme con mi gran amor secreto, Daniel Simith. Le rogué que hablase con el médico para que me adelantase el pronóstico de mi progenitor.
-Alicia - Me dijo con voz suave Daniel - ¿cómo se llama tu padre?
- Ricardo, Ricardo Doman - lo contesté.
- Mañana te cuento algo -dijo despidiéndose de mí dándome la mano.

La cafetería estaba llena de comensales que tenían a familiares ingresados y, como nuestro amor era oculto y nadie lo podía saber, nos despedíamos siempre con un apretón fuerte de manos. Los besos y carantoñas venían después, el domingo, en casa de la Srta. Dexton.

Salí del hospital y me encontré con mi hermana. Regresamos a casa por el sendero, todavía no había llegado el frío y se podía pasear por tan bonitas praderas y colinas. Al llegar, nos encontramos con la maestra, la Srta. Jeny, con un talante muy serio, nos dijo:
- Señoritas, se acabó el tiempo de descanso. Empezaremos las clases en veinte minutos. Suban ustedes a cambiarse y bajen con sus libros y libretas.
- Sí, Srta. Jeny - respondimos las dos con voz muy tenue - en seguida bajamos.

La Srta. Jeny era muy fría y muy seca. La odié durante todos los años que di clases particulares con ella, pero, al cabo de los años, la aprecié de verdad. Gracias a ella, mi hermana y yo, aprendimos mucho y sobre todo, nos enseñó a respetar y los valores de la vida. Según ojeo las hojas de mi diario y leo su nombre, se me empañan los ojos de lágrimas por no haber sido capaz de agradecerla y de darle dos besos en vida. Me he arrepentido mucho a lo largo de mi vida.

(continuará...)

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