Todas las personas de aquel pueblecito situado en la ladera tenían por costumbre cumplir todos sus sueños.
Nadie sabía como pero el caso es que cada deseo que tenían en tres días les era concedido.
Investigadores habían venido de todas las partes del mundo para analizar palmo a palmo los terrenos. No encontraron absolutamente nada y cada vez que hablaban con los habitantes, éstos decían que era cuestión de suerte.
Yo conozco su secreto. De pequeña veraneaba allí y mi amigo Daniel me lo contó.
Tenia yo nueve años y me encontraba de vacaciones en aquel sitio en medio de la nada. El reloj marcaba las tres cuando mi padre me dijo:
- ¡Niña! No te alejes demasiado.
Como de costumbre hice caso omiso a sus palabras y me adentré en el bosque y anduve durante una hora hasta toparme con una vieja fábrica.
Un niño de cara regordeta salió de ella con un fajo de billetes en su mano. Iba distraído contándolos hasta que se tropezó conmigo.
- Me llamo Daniel. Es la primera vez que te veo - dijo él
- Hola. Soy Malisa. Estoy aquí de vacaciones - respondí yo
Se me quedó mirando de arriba abajo como si no hubiese visto nunca a una niña.
- ¿Dónde has conseguido tanto dinero? - me atreví a preguntar.
- Me lo ha dado la vieja fábrica. En ella se fabrican todos los sueños que se tengan - respondió como si fuera una cosa de lo más normal.
- ¿Qué... cómo? - me quedé atónita sin poder reaccionar.
- Ven. Te lo voy a enseñar. - dijo cogiendo mi mano.
Me llevó a la fábrica y me pidió que dijese en alto tres veces algo que desease con todas mis fuerzas.
Yo no deseaba nada por aquel entonces. Era multimillonaria y tenía todo lo que un niño pudiese querer. Me inventé un deseo, dije que quería muchos caramelos.
Daniel me indicó que a los tres días volviese dentro a recoger mi sueño.
Cuando volví pasado ese tiempo, mis ojos no daban crédito. Sacos y sacos de todo tipo de caramelos estaban allí.
A la salida me encontré a Daniel. Me hizo prometer que no iba a decir nada.
Nos hicimos grandes amigos y pasamos juntos todo el verano. Cuando regresé a la ciudad quedamos en escribirnos.
Recibí aquel año bastantes cartas. Me decía que vivía sólo y que lo cuidaban sus vecinos. Durante los dos meses anteriores al verano no tuve noticias suyas.
Llegó la hora de ir otra vez al pueblo y lo primero que hice fue ir a su casa a preguntar por él. Me dijeron que había tenido un accidente y que estaba en el hospital muy malito.
Durante todo el año había estado practicando mucho con el piano. Quería ser famosa y ese es el sueño que quería pedir.
Me dirigí a la fábrica de sueños. No entendía por qué nadie había ido para desear que mi amigo se recuperase.
Cuando entré dentro, grité con todas mis fuerzas:
- Que Daniel se ponga bueno. Que Daniel se ponga bueno. Que Daniel se ponga bueno.
A los tres días me dirigí a recoger mi sueño. Allí estaba Daniel. Mi corazón daba saltos de alegría.
De camino de regreso le pregunté por qué nadie había pedido por él y me contó que sólo se fabricaban sueños para ayudar a otros cuando alguien sacrificaba el suyo.
Daniel se vino a vivir con nosotros y no nos hemos vuelto a separar.
Cada año vamos al pueblo para que se cumplan todos nuestros sueños y la vieja fábrica sigue funcionando igual que el primer día.
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