viernes, 31 de agosto de 2012

EL VIENTO Y EL IRLANDÉS FIEL

  El viento golpeaba violentamente las ramas de los árboles en la vieja Irlanda. El fuerte ruido del viento se unía al sonido de las gaitas que recorrían su precioso paisaje. Prados y montes verdes donde la gente pensaba con el corazón y no con la cabeza.
  A menudo celebraban fiestas al aire libre, si el tiempo se lo permitía, cantando y bailando al mismo tiempo que bebían su típico wiskhy irlandés. Las leyendas de ghomos y hombrecillos verdes siempre estaban presentes planeando sobre sus cabezas aunque nadie se atrevía hablar de ellas.
  Las tormentas eran frecuentes por aquellas tierras. Cuando llegaba una, el viento empezaba a sonar con más fuerza aún. Era como si estuviera enfadado, embravecido, parecía que estuviera gritando algo a los que ahí habitaban. Una vez pasaba, venía la calma y el sol se asomaba tímidamente por el horizonte, dando claridad al día e iluminando los campos que, todavía húmedos, enriquecían el aroma del aire que se respiraba.
  Los hombres eran rudos y fuertes pero de buen corazón, con el alma tan noble como el mismo viento, que, junto a un irlandés, forma parte de una de las leyendas más antiguas de esos lugares.
 Nuestro personaje, al que llaman, aún en nuestros días, "el irlandés fiel", coincidía perfectamente, detalle a detalle, con el perfil descrito. Su pelo era largo y rubio y sus vestimentas marcaban sus músculos tanto que parecía que fueran a estallar. Estaba soltero. No había encontrado a nadie a quien pudiera dar su amor ni entregarse lo con todo su espíritu. Tan solo había conocido a una rica señotita, con pocos dotes atractivos, quien le había prometido toda su riqueza a cambio de un poco de amor, pero se opuso a lo que para él era una negociación. Sus sentimientos no estaban en venta.
  Se oían corretear a unos niños en la lejanía. Estaban jugando en los terrenos colindantes a su pequeña casa de madera que delimitaban el paso de un pequeño riachuelo con aguas cristalinas. Todo era tan puro y sólo se respiraba felicidad, pero "el irlandés fiel" (nadie sabe como se llama) sentía envidia. El quería formar una familia, pero él era feliz de todos modos. Tenía un extraño pacto con el viento. Cada vez que éste soplaba con fuerza y las copas de los árboles empezaban a agitarse al son de su música el robusto muchacho salía al exterior y, con los brazos en cruz, sentía el viento en su cara y una extraña felicidad recorría su cuerpo y, finalmente, llegaba a su alma.
  El viento movía con fuerza su larga melena aquel día pero notaba que le faltaba algo. Pensativo dejó que el viento le acariciase una vez más. De improviso éste enloqueció golpeando violentamente las ramas y al joven tirándolo contra el suelo con fuerza. Se volvió a levantar, y subiendo otra vez los brazos se resistía a volver a caer sintiendo como si le estuviera gritando algo y presentía que le decía que tenía que buscar el amor verdadero. El muchacho, fiel al viento, seguía de pie, la  furia del viento se adentraba en sus entrañas. Quería sentirlo por última vez antes de emprender el largo viaje para encontrar a alguien a quien querer y ser correspondido.
  No había pasado ni diez segundos cuando un rayo le atravesó de cabeza a los pies perdiendo la visión. Al recuperarla, una bella y atractiva joven estaba ante él.
  Se enamoró de ella, se casaron y tuvieron muchos hijos pero él había seguido siendo fiel al viento durante todos los días de su vida.
  Ahora, cuando hay una tormenta y el viento empieza su peculiar canción, comentan que es "el irlandés fiel" diciendo a sus gentes que tienen que buscar su propio camino hasta llegar a ser felices.

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