Esta vez, intenté escuchar lo que decían los dos sujetos pero cuando más atención prestaba a sus palabras más lejos se les oía.
Mi compañero empezó a creerme desde ese instante porque, o bien tenía artes adivinatorias, o bien lo había planeado yo. Tal vez, ese era el momento de hablarle del misterio que ahí ocurría.
Salimos por la mañana temprano a la taberna para ver si la mesa agujerada seguía allí. Los dos íbamos con nuestros sombreros, aquellos que solían llevar los detectives privados en las grandes ciudades, así que no era muy difícil localizarnos. Lovis miraba hacía atrás continuamente.
- Nos están siguiendo - masculló Lovis.
Yo giré levemente la cabeza para ver quien era. Era el extraño tipo que me avisó de la leyenda.
Ambos apresuramos el paso casi al unísono. Nos metimos por una calle estrecha y llegamos a nuestro destino por la puerta de atrás. Nos dirigimos al interior descubriéndonos la cabeza.
La mesa que queríamos mirar estaba ocupada. Realmente estaba todo lleno. Sólo había libres dos ruinosas sillas en la barra. Nos sentamos y pedimos dos cafés.
Habían pasado dos horas y la mesa seguía con gente. Yo miraba disimuladamente al que nos andaba siguiendo. Había entrado hacía bastante tiempo y no nos quitaba el ojo de encima.
Lovis divisó a lo lejos a la tabaquera, que iba por las mesas intentando que alguien le comprase algo. Lovis se acercó a ella para adquirir sus habanos.
En ese momento, aprovechando que Lovis se había dado la vuelta, se acercó el individuo y me susurró al oído:
- Váyase de aquí. Su vida corre peligro. Ya sé que oye las cadenas. Me lo ha dicho el conductor de la carroza que produce el ruido - y se fue corriendo.
Lovis se volvió a su sitio. Estaba contento. Había conseguido su marca preferida.
- ¿Quién era ese hombre? - preguntó.
- ¿Lo has visto? - pregunté sorprendido.
- ¡Claro!. Estaba junto a ti hablándote.
- Era el que nos seguía - continué - me avisa constantemente de que me vaya de aquí porque corro peligro.
- ¿Por qué?
- Se trata de unas cadenas que oímos todos. Algunos Lunes. Me lo ha dicho él- refiriéndome al que me avisaba - que es una carroza. No se ve nada. Sólo se oye.
- ¿Estás borracho?
- Así que tú no oyes nada.
- No y no creo que nadie de aquí lo haga.
- ¿Y qué me dices del asesinato que vimos anoche? - le pregunté bajando la voz.
- Pues que han matado a alguien - contestó casi susurrando - pasa continuamente. Alguien que sobraba o que sabía demasiado.
- Coincide exactamente con el que te conté a tu llegada - insistí
- Recientemente he leído en una revista psicológica que algunas personas sueñan con cosas que luego suceden.
- O sea, que estoy loco.
- Yo no he dicho eso - se quedó pensativo unos instantes - ¿estás seguro de no haberte tomado nada?
- No he probado el alcohol desde hace dos días y te repito que...
- ¡Mira! - me interrumpió - ya está la mesa vacía.
Nos levantamos y me dirigí directamente a levantar el posavasos con la esperanza de encontrar alguna señal que indicase que una bala hubiese pasado por ahí. Pero fue en vano.
Me preocupé bastante y le conté a Lovis todo lo relacionado con la leyenda y me prometió que el Lunes siguiente iba a estar atento por si oía algo raro.
Hice algunas llamadas a un subteniente retirado que se había pasado sus veinte últimos años de trabajo leyendo y archivando casos de asesinato. Le conté la trama de lo sucedido ayer por la noche detalle a detalle.
Tardó varias horas pero finalmente me llamó. Había encontrado el caso de un joven adinerado al que mataron hacía bastantes años en la misma calle donde estaba el hotel. El nombre de la víctima coincidía con el propietario de la cuenta bancaria del informe. Se llamaba Alam Stuart-Dount. Eso convenció a Lovis de que había ocurrido, aunque varias décadas antes, realmente el crimen.
(Continuará...)
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