Los pasos se oían cada vez más cerca, andaban apresuradamente. Eran varias personas y se estaban acercando cada vez más a donde estaba el cuerpo. Vi sus sombras en la esquina de la calle Mait – Pout con la de la calle de mi hotel. Se metieron hacia donde yacía el cuerpo. Eran tres hombres de estatura media vestidos con traje de chaqueta y uno de ellos se quedó vigilando en la esquina de la calle Xin.
Apresuradamente cerré la ventana y corrí las cortinas. Aflojé la bombilla de la lámpara. Casi no había luz en mi habitación. Volví a correr un poco las cortinas y miré cautelosamente. Estaban ya donde el cadáver.
Sonó a lo lejos la sirena de un coche policía y los tres hombres salieron corriendo. Rápidamente apagué la lámpara. No quería que nadie supiese que yo era testigo de parte del suceso.
Al día siguiente llamé a Lovis, mi ayudante y le pedí que viniese urgentemente. Dos personas podrían investigar mejor y además necesitaba que alguien me guardara la retaguardia. Me dijo que estaría allí en dos días y que vendría en tren. La llamada se cortó antes de que pudiera decirme la hora de llegada. Salí a la estación de trenes para poder saberla.
Alguien iba detrás de mí demasiado tiempo. Me di la vuelta y vi al misterioso hombre de la taberna, aquel de la leyenda. Salí corriendo hasta que llegué a la estación. Me senté en uno de los asientos de las numerosas filas que había cerca de los altavoces.
Alguien con la respiración entrecortada se sentó detrás de mí y puso la mano sobre mi hombro.
- Hola - dijo.
Me di la vuelta sobresaltado. Era él.
- ¿Se acuerda de mí? - continuó - Ayer, en la taberna...
- Sí. Lo recuerdo.
- ¿No oyó nada raro anoche?
- ¿A qué se refiere?
- A las cadenas.
- ¡Ah! Eso. Pues no - estaba demasiado nervioso esa noche para oír algo pero me daba lo mismo.
- Por favor, escúcheme. Yo sólo he venido ha advertirle del peligro que corre. Tiene que marcharse. Si no me cree, vaya a las afueras del pueblo. Ahí verá una antigua casa. Acuda usted a la taberna que está detrás.
Se levantó y se fue caminando muy despacio como si estuviera enfermo.
Nada más enterarme de la llegada de mi compañero decidí ir a corroborar si era cierto lo que me estaba contando insistentemente el sujeto.
Ya había oscurecido cuando llegué a las afueras y en un lugar entre la maleza estaba aquella vieja y maltrecha casa. Era un lugar apartado. Nunca había estado allí. Se respiraba aire tenebroso.
Seguí el sendero que rodeaba la casa y llegué hasta la taberna, tan tenebrosa como la casa. Entré y sin titubeos pregunté por la historia de las cadenas.
Un hombre se acercó a mí y me dijo que algunos habitantes del pueblo contaban una leyenda que atormentaba a todos desde hacía décadas y me contó que cada noche de luna llena y los dos primeros Lunes de cada mes el cielo se oscurecía completamente y se empezaban a oír aquellas viejas cadenas.
Otro hombre rudo se acercó y contó que había personas que decían que a su paso por el pueblo, el ruido era forzado por el aire.
Me fui de ahí pálido, sin despedirme siquiera y me fui hacia el hotel con paso liguero sin mirar atrás.
Al llegar, el conserje me sorprendió con un telegrama. Era de Lovis y en él ponía:
- No llegar en fecha. Stop. Asuntos pendientes. Stop. Contactar en breve. Stop.
Cogí el periódico antes de subirme a la habitación. Con tanta excitación se me había olvidado completamente el asesinato que presencié esa noche. Recostado en la cama ojeé el periódico de arriba abajo pero no encontré ninguna noticia relacionada con el crimen. Encendí la radio a la hora que decían los sucesos y tampoco dijeron nada del asunto. Cosa rara. ¿Lo habría soñado o es que alguien me estaba intentando volver loco?.
Me quedé una semana encerrado en el hotel escuchando las noticias de la radio y leyendo los periódicos pero ninguna sola acerca del asesinato. Ni siquiera sabía a ciencia cierta si aquel muchacho había muerto o no.
Salí a dar un paseo. Necesitaba que me diera el aire. Estaba oscureciendo. Hacía más frío que el de costumbre y me dirigí a la taberna donde me había resguardado del granizo ese día tan lluvioso.
Nada más abrir la puerta me di cuenta de que colgaban ristras de ajos. Había numerosas de ellas a lo largo de todo el techo. Boquiabierto, empecé a mirarlos. Me di cuenta, era el primer Lunes del mes y faltaba poco para que se hiciera de noche. Era la vivencia más espeluznante que había pasado en la vida.
A pesar de todo, decidí sentarme en la barra. El camarero vino hacia mí. Me sirvió lo que le pedí. Un güisqui con soda. Me lo bebí despacio mientras observaba atentamente lo que colgaba del techo.
Un extraño ruido se oyó. Golpes de ventanas y puertas que se cerraban bruscamente totalmente al unísono, gente, la poca que quedaba vagando por las calles, que corría hacia sus casas.
Pero, ¿por qué?. ¿Era verdad aquella leyenda que atormentaba al pueblo todos esos años?. ¿Qué pasaba aparte del ruido de aquellas misteriosas cadenas que aseguraban oír?.
Me levanté apresurado para observar todo ese alboroto.
La gente chillaba, los caballos relinchaban, los perros ladraban tan alto que se podían oír hasta las afueras del pueblo.
Asombrado me volví a la barra y seguí bebiendo lo poco que me quedaba en el vaso. El hielo se había derretido y estaba completamente aguado. Estaba asqueroso. Le pedí que me pusiera otro.
El camarero accedió y retiró mi vaso sirviéndome otro, esta vez con un solo cubito de hielo.
Poco después el cielo empezó a ponerse más negro como si fuera haber una tormenta. Primero se puso gris, luego los tonos grises empezaron a cambiar bruscamente. Se iban oscureciendo vertiginosamente hasta convertirse en un negro oscuro.
Me di la vuelta y vi algo que me llamó la atención. Todo el mundo que se encontraba en la taberna, incluyendo el camarero había cogido un diente de ajo y sujetándolo entre sus manos como si estuviesen rezando permanecían sentados en sus mesas con los codos apoyados sobre éstas.
Cansado, decidí volverme. La calle estaba vacía. No había nadie y empecé a oír un ruido muy fuerte. Eran las cadenas. Como si fuera un viejo carruaje. Aterrado, salí corriendo. El ruido me perseguía fuera donde fuera. Finalmente llegué al hotel. Subí los peldaños de la escalera de dos en dos. Entré en la habitación, cerré la puerta y eché el pestillo.
Lovis llegó por la mañana, sin avisar y le conté lo del asesinato. Me confirmó que el tampoco había oído nada sobre el tema. De lo de las cadenas no le dije nada. Ya tenía demasiado claro que yo estaba totalmente loco. Él, además, había recibido una extraña llamada en el teléfono de mi habitación y estaba muy alterado.
(Continuará...)
(Continuará...)
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